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ISSN 1989-4163

NUMERO 02 - MAYO 2009

Las Benévolas de Jonathan Littell

Gabriel Rodríguez

            Pensaba dejar este artículo para cuando se me hubiera pasado la impresión de haber leído “Las benévolas”, pero no hay manera; transcurridos unos cuantos días desde que cerré el libro, sigo sobrecogido por la monumental novela de Jonathan Littell. Y es que este libro, más que ponerte los pelos te punta (que te los pone, desde luego) acaba por hacer al lector cómplice de la barbarie y por someterle a la pesada sensación de culpabilidad colectiva.

            Digamos que la estrategia moral de Littel consiste en acortar la distancia que separa al criminal de la persona que no lo es hasta dejarla en un estrecho foso que se puede franquear con facilidad en ambas direcciones. Por ahí precisamente le han llegado las críticas negativas; por parte de quienes consideran que el personaje de Aue no es creíble.

            A mí, en cambio, sí me parece creíble. La hipótesis que defiende Littel es la siguiente: que el verdugo puede ser un tipo culto, sensible incluso, y no necesariamente ha de ser un carnicero escaso de luces. Me viene a la memoria, por ejemplo, el torturador de “La muerte y la doncella”, que violaba mujeres mientras escuchaba a Schubert.

            Y es que Max Aue, el protagonista de la novela que va medrando en las SS, tiene su encanto si uno lo contempla desde la lógica del momento. Es educado, inteligente, eficaz, culto; se emociona con Flaubert y Stendhal, con Beethoven y Haydn y disfruta de las conversaciones inteligentes y de la buena comida y bebida. Cuando trabaja, se ocupa del exterminio de los judíos con el mismo celo profesional con el que despacha asuntos de logística e intendencia.

            La visión de Littell va en la misma dirección que la de Irène Némirowsky en “Suite francesa”. El maniqueísmo no vale. La ficción lacrimógena (Spielberg, por ejemplo) no nos explica nada sobre lo ocurrido. Magris apunta en “El Danubio” que el libro más conmovedor sobre los campos de exterminio es “Comandante en Austchwitz”, redactado por Rudolf Höss justo antes de que le ahorcasen.

Una de las más elocuentes paradojas que aparece en “Las benévolas” es la explicación de que en las SS no se ve con buenos ojos a quienes ejecutan judíos con desprecio y sadismo, disfrutando incluso con ello. Nada de eso. La idea, según nos cuenta Aue, es que hay que hacerlo porque es necesario hacerlo, pero no por gusto. De hecho, él no tiene inconveniente en ser educado e incluso agradable con los judíos o soldados rusos a punto de ser ejecutados con los que tiene trato. Es inflexible en el cumplimiento de su deber, pero no es una máquina de odiar.

            Este libro es un viaje al corazón de las SS y a los núcleos del poder del Tercer Reich. Pero no hay en él moralinas biempensantes que simplifiquen la condición humana.

            Porque en el fondo, Aue somos todos y cada uno de nosotros.

Las Benévolas
 

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